Crear en tiempos revueltos
La protección de la propiedad intelectual siempre ha sido una cuestión de equilibrio. Equilibrio entre control y acceso. El férreo control deseado por parte de los creadores sobre el objeto de su trabajo y el acceso barato y universal ansiado por los usuarios consumidores sobre las obras creativas. Tan simple y tan complicado como eso. La ley, a través del copyright, ha sido la puerta a la que han llamado los creadores cada vez que una nueva tecnología ha permitido un mayor acceso, amenazando su control.
El conflicto actual no es nuevo, ni tan siquiera característico de esta época de Open Economy. En el pasado también surgieron nuevas tecnologías que proporcionaron copias más baratas (video, casete, vinilo, etc) y modos de difusión (radio, televisión, etc), que rompieron los mecanismos de control establecidos sobre las obras creativas proporcionando un mayor acceso. La ley, en estos casos, actuó para devolver el equilibrio. Unas veces extendiendo los derechos de los autores (concediendo cánones o estableciendo plazos de control más largos) y otras no haciéndolo (reconociendo así un mayor derecho en el acceso de los usuarios), y considerando suficientemente remunerados a los autores.
Lo que quizá sea nuevo es que nunca el control se vio amenazado desde los dos frentes a la vez, el de la copia (gracias a la tecnología digital) y el del acceso (gracias a esta maravillosa Internet). La tecnología nos ha dado, casi a la vez, la copia perfecta y la posibilidad del acceso casi ubicuo (pronto lo será). Un reto demasiado grande para los modelos de negocio basados en el control de la copia y la distribución.
No parece razonable que la solución sea criminalizar y perseguir a los consumidores finales como pretenden los del control, ni tampoco nacionalizar el trabajo de los autores bajo la bandera del acceso libre a la cultura. Tampoco debemos olvidar que no son los autores de obras musicales los únicos amenazados, aunque los medios de comunicación sólo se fijen en esta parte del conflicto. La propiedad intelectual también protege otras creaciones, como el software, el mismo software que posibilita copiar y difundir las obras musicales. Curiosa paradoja.
Resolver de una forma efectiva el conflicto es imprescindible para fomentar la innovación, que es en esencia el objetivo último que persigue la protección del copyright. Nunca antes hemos tenido a nuestra disposición un espacio de creatividad tan extraordinario como Internet ni la oportunidad de colaborar más y de forma más efectiva, de organizarnos y de crear cosas cada vez mejores... ¿vamos a pasarnos una década discutiendo modelos que no tienen ningún sentido en los nuevos escenarios tecnológicos? ¿no sería mejor dedicar todas esas energías a crear y a buscar nuevas formas de generar valor con esas creaciones que no se basen en el control?
Algunos valientes visionarios hace ya dos décadas que retorcieron las herramientas que les daba la legislación vigente e inventaron licencias geniales para el software que creaban. Otros inspirados aunque ahora enfrentados intentaron dar respuesta para otros tipos de trabajos creativos a la concesión de derechos de autor más allá del todopoderoso copyright. Iniciativas como Creative Commons nos han permitido ver que entre el todo o nada hay una amplio abanico de posibilidades en el que cada autor puede elegir las condiciones en que quiere que se utilice su obra... y saltarse los intermediarios
En Open Economy vamos a publicar, bajo una licencia Creative Commons, porque sin ser una solución perfecta, sí nos ofrece mucha más flexibilidad que el Copyright. No hemos elegido una licencia más permisiva, porque por desgracia, podría dar lugar a casos como el de “Everyone is an expert”, legales, pero indudablemente poco razonables y bastante desagradables. De nuevo los intermediarios que no aportan valor. Quizá para otras creaciones.